La universidad, símbolo
tradicional de esperanza para los pueblos, es un reflejo de la sociedad
que conforme ha pasado el tiempo, se olvidó de transformarse en la búsqueda de la
respuesta efectiva y eficaz que exige el entorno. Hablar de la máxima casa de
estudios es resaltar el epicentro del conocimiento; pero tal cosa está muy
lejos de ser cierta si observamos la cultura académica de un conglomerado de
personas que esperan y han esperado mucho más de la universidad. La realidad
necesita ser transformada desde la universidad, pero si esta no se convierte en
protagonista del progreso, las respuestas a las múltiples necesidades que pasan
por ser profundas, pero sobre todo crisis del conocimiento, estarán cada vez
más lejos de materializarse.
La nueva universidad debe responder a las necesidades
de la sociedad o mejor transformarse pues como dijo Jesús - el maestro de
Nazareth - no se puede echar vino nuevo en odre viejo, en clara alusión a que
no puede seguir impartiendo los mismos pensum de estudio, las mismas carreras
de pregrado y postgrado so pena de desaparecer como alma mater; o dar paso a
otra tipo de propuesta más ajustada a los tiempos modernos, donde el
conocimiento es más universal y más complejo cada día.
Una Universidad revestida de lo nuevo, rodeada de cambios
sociales, no puede hacer otra cosa que transformarse y enrumbarse hacia los
retos del milenio como alternativa para la sociedad.