viernes, 30 de agosto de 2013

Nuestro Milagro



A los habitantes de “El Chama”,
especialmente a los devotos de
María de Coromoto (Nuestra Sra. de  Coromoto),
que hicieron posible “Nuestro Milagro”,
 al contar con una Fiesta Patronal
 en la Comunidad...

 

Nuestro Milagro
       Clarita había estado nerviosa. No podía apartar de su mente, la primera vez que vio Imagen de La Virgen de Coromoto cuando hizo el recorrido por el asentamiento. Sería, entonces, la segunda oportunidad que tenía de hablarle y reafirmar su profunda fe en que ocurriera el milagro. Muchas imágenes y recuerdos venían a su inquieta memoria, como aquella en la que había aprendido a conocer    el poder del rezo y la oración, cuando sintió que El Ave María, La Santa María y El Padre Nuestro se unían, cual estruendoso río, provocando un ruido ensordecedor.
- ¿Qué es lo que se escucha, Sra. Olga?
- ¡La   oración,  mija!  Es   la   oración,  el rezo;   que   está demostrando el inmenso poder que hay en él.
- ¡Tanto así!
          - Sí, y más. Lástima que no recemos siempre; y menos, así. Todo sería diferente.
- Desde hoy, voy a rezar así para curarme.
           -  Claro que sí, Clarita, claro que sí. La Virgencita te curará pronto.
           - ¿De verdad, Doña Olga? ¿De verdad?  Correré por  los   cafetales, jugaré con mis amigas y...y...caminaré. Sobre todo, caminaré; me... me conformo con mover mis piernas y caminar aun... que sea un poquito. Y sabe, todas las noches rezo para que pueda caminar.
Doña Olga sintió que su pecho se comprimía, y no pudo evitar que sus ojos se expresaran de la mejor manera, para acompañar los de la infanta que, llenos de esperanza, navegaban en llanto. Tragó grueso. Sorbió aire, pues parecía faltarle y, mirándole a los ojos, le dijo:
           - Te voy a contar un secreto, pero prométeme que hoy no vas a llorar más, y, sobre todo, no te lo vas a decir a nadie.
             - Así será, Sra. Olga; además yo no puedo hacer lo que hace la Sra. Eustaquia que sale y se mete en la casa de la... vecina, y ya todos saben que es para hablar de...
- No está bien que comentes eso.
- ¿Por qué, Sra. Olga?
          - Porque cada quien es dueño de sus actos, y debe responder por ellos. – Hizo un breve silencio.

- “Estaba medió dormida cuando...”
- “Tan , ta, tan, ta, tan... Escuchas eso, Bernardo?”
           - ¿Qué cosa, mujer? Déjame dormir; lo que escucho es a mi sueño que me llama para madrugar e irme a la finca.
- Pero yo si los escucho; son tambores, Bernardo.
- ¡Qué tambores, ni que..! ¡Duérmase mujer!
           Doña Olga se recostó de nuevo, pero no pudo dormir; su mirada estaba fija en el techo de su humilde casa de bahareque y teja, y su pensamiento no dejaba de  inquietarla...
- “Son tambores, claro que sí.”
          Con esas palabras rondando su cabeza, concilió el sueño por breve tiempo, pues la madrugada la despertó para que le hiciera el avío a su esposo.
- ¿Qué te pasaba anoche, mujer?
- Se que te  burlarás  de mi,  pero  era  cierto lo que te decía; llevo noches escuchando esos sonidos... Cada vez son más fuertes, es como si... si se acercaran a la casa.
- Aquí   los  únicos  tambores  que  se  escuchan  son los  de San
Benito. Al menos que...– dijo el hombre luego de pensar en otra posibilidad –  sean los de... Pero no puede ser...
- Sí, lo sé...
- ¡Entonces!
           - No sé, a veces me da miedo. Es  un     sonido      desconocido,  pero comprensible para mí; otras, me alegro porque puede ser una señal de algo muy importante está por suceder en nuestro asentamiento.
           - No tendrá que ver con La Fiesta Patronal que no se hace desde...
- En eso estoy pensando.
           Bernardo la observaba con detenimiento. Olga hablaba con mucha propiedad. Su mirada parecía captar algo que no entendía, ni  percibían los suyos. Con  temor reaccionó.
- Mejor termine de prepararme el desayuno, mujer, porque    hoy
 tengo que trabajar muy duro...
           - Está bien, Bernardo. ¡Ah! Cuando pases por la casa de la Sra. Andrea, me saludas a Clarita y le entregas esto.
- ¿Y qué es?
         - ¡Una estampita de La Virgen María de Coromoto! La compré cuando fui a la ciudad; se la había prometido.
- ¿Usted cree que esa niña pueda caminar algún día?
- Sí, creo que sí, es una niña llena de mucha fe y esperanza.
- ¡Yo lo veo difícil!
            - Nada de eso, Bernardo. Para Dios y la Virgen todo es posible, y tú lo sabes.
            El hombre terminó su desayuno y salió de su casa, despidiéndose como siempre de su esposa  con  un beso...

- ¿Sra. Olga y usted todavía escucha esos tambores?
- Sí, Clarita, todas las noches.
-  ¿Y qué podrá ser?
- Sólo Dios  sabe.
- Pero no es nada malo, ¿verdad?
           - No, mijita, no  pienses en cosas malas. Dios en su momento nos dirá de qué se trata. Anoche no los escuché, y me pregunto si tiene que ver con la Fiesta Patronal que hace tiempo no se hace, como me dijo    Bernardo.
 - ¡A lo mejor!, Sra. Olga, a lo mejor... Y si es así, ¿Por qué no se  hace? Usted podría organizarla... Lástima que no pueda caminar; me gustaría ir y ayudarte. Siento tantos deseos de curarme que...
         - Cuidado con  sentir lástima. Cuando puedas caminar lo harás. Ya  me reuní  con el Sr. José, Doña María y Don Matías - quien las inició -, y les conté lo ocurrido.
- ¡Bravo, Sra., Olga! Así se hace.
Doña Olga no pudo evitar reír.
          - ¿Doña Olga por qué no se ha hecho más la Fiestas Patronal? – Preguntó, Clarita, una vez más.
           - Por la poca fe que hay  en el  corazón de mucha  gente.     Por eso, hija, por eso...
-       ¿Y cómo era cuando empezó La Fiesta Patronal?
Doña Olga hizo una breve pausa...
           - “Todo era tan lindo cuando empezó...”
            - ¡Epa, José, despierte!  Ya  es  hora;  párese.  Voy  a   llamar  los muchachos. Mire que es domingo, y el Padre Andrés nos espera pronto para salir temprano a la peregrinación. Hoy será un día muy especial.
- Sí, de eso estamos seguros...
           Ya Don Matías había ascendido por las viejas escaleras al campanario y abría de par en par las puertas de la pequeña capilla que, al decir de las personas, sobre todo los niños, le pertenecía:

           - ¿Cómo es eso de que la iglesia es de Don Matías si, él no es cura?
           - Debe ser porque él la ayudó a construir.
- ¿Cómo? y ¿Cuándo?
           - Hace como cincuenta años, trayendo  arena  y  piedra  de  la quebrada; y trabajando gratuitamente junto a otros vecinos.    
- Entonces  sí, es de él.
         - Si somos justos creo que sí.  Además,  es  quien  tiene  sus llaves; fue su primer mayordomo, y ha servido a todos los párrocos que hasta hoy han pasado por la comunidad.
- ¿Cuántos años tiene Don Matías?
- ¡Ochenta y cuatro!
- Cuando él muera deberían colocarle su nombre, ¿No crees?
          - Sí, a lo mejor. Pero si no es a la iglesia, porque  ellos, los curas, son  muy celosos de sus cultos. Debería ser a otra cosa;  algo que inmortalice su presencia entre nosotros porque se lo merece...
-     ¡Ojalá! – agregó la hermosa niña, mirando con esperanza aquella
posibilidad.

 Se acercaba el amanecer. El frío se paseaba alegre con el doblar de las campanas que,  al son de “café con pan” , “café con pan, pal” sacristán”, se dejaban escuchar entre los arbustos. A lo lejos eran replicadas por el canto de los gallos  en los corrales. Sólo en los funerales cambiaba de tono, y al toque parecía que el sonido se desprendía por momentos de la cuerda para esperar con tristeza el siguiente compás del movimiento. La noche había sido una espera palpitante en el pecho de los humildes habitantes del asentamiento. La madrugada no dejaba de agitar, presurosa de contar con el calor humano.
           Ese mismo día, otra María: María del Perpetuo Socorro, cedía su lugar para que una nueva promesa cristiana hiciera acto de presencia, y La devoción por María de Coromoto se estableciera entre los feligreses. No era suficiente La Misión. Necesitaban una Diosa, una Madre que los acompañara en su diario peregrinar de pueblo creyente y fiel a la tradición impuesta por la iglesia a nuestros padres.           
          Por las calles, se escuchaban pasos y voces de la gente que poco a poco se reunía frente a la pequeña capilla, ubicada en el corazón de la comunidad, y cobijaba en su recinto a los creyentes que, contados en cientos escasamente, estaban distribuidos en los distintos caseríos que conformaban el asentamiento, y asistían a misa cada quince días cuando un sacerdote acudía desde la iglesia catedral. Lejos estaba de convertirse en una parroquia, y contar con un cura que oficiara  todos los días, y los acompañara en aquella celebración donde se encuentran la religión, la  tradición, lo popular, lo folklórico, la fe y lo pagano.
         El Padre Andrés se levantó temprano. Oró con mayor fervor. Sabía que iba a hacer historia:
        - “Seré el primero y Dios lo sabe”. Pero soy tan pecador, Señor, que me atemoriza arrodillarme ante ti; aún así aquí estoy.”
        Con estos pensamientos, permaneció en silencio contemplándose entre su pueblo, recibiendo ovaciones por su aporte significativo a la iglesia. A lo mejor, pronto  sería obispo, y contaría con creyentes que oraran por él.                  
            Afuera   se escuchaba voces.
- ¡Padre, Padre Andrés, buenos días!
           Era el saludo acompañado de un abrazo que unía a cada feligrés que llegaba.
           - ¡Buenos días, Antonio!, ¿cómo está? Veo que asistió con su familia.
         - ¡Bien, Padre, gracias a Dios! Hoy no se puede quedar nadie en casa.
- Tiene razón, hoy más que nunca, Dios necesita de nosotros.
           Los morteros comenzaron a despertar el día, como señal no sólo de alegría sino de preámbulo a la peregrinación. Los perros ladraban con más fuerza, ante el ruido producido por la pólvora. Las aves cantaban. Nadie quería perderse la celebración.
          - ¡Encendamos las  velas  y  pongámonos  en  manos  de  Dios  y la Virgen – Anunció el Padre Andrés.
            La oscuridad, que sólo era repelida por las linternas, salía corriendo a esconderse por entre los higuerones y cedros que  rodeaban el lugar.
            - ¡En nombre de Dios – dijo Doña María – “Dame fuerzas Virgencita para subir y llegar hasta donde nos espera.”
- ¿Qué dices, María?
- Me encomiendo a la Virgencita, José, para que nos ayude.
- ¡Qué así sea, vieja, que así sea!
            La peregrinación comenzó envuelta en cánticos y oraciones de alabanzas.
            El largo camino, que luego de duras luchas y arduas diligencias había logrado hacer el gobierno del general Méndez Arroyo, se mostraba desafiante.
            - Es todo lo que puedo hacer por ustedes: ampliarles el camino para que suban con más comodidad la producción agrícola de la zona, -  finalizó diciendo el alto personero del gobierno.
               El general se levantó y se dirigió por el pasillo hasta otra oficina donde estaba un Teniente que al sentir sus pasos se erguió  como un roble y hasta la respiración contuvo.
- Atiéndame a esta gente, y el trabajo tiene que estar hecho  en
un mes.
            - ¡Sí, mi general! - respondió el hombre, sin atreverse a preguntar de qué se trataba.
       _“Todavía recuerdo esa burda escena de actuación que al día siguiente trajo hasta la falda a un grupo de hombres, soldados sobre todo, a jalar pico y pala de sombra a sombra, pues comenzaba con la oscuridad de la madrugada y terminaba con la de la noche que se quedaba atrás.”_ Agregó Doña Olga.
        El camino se amplió, y pronto la carretera salió al paso del progreso.      El día de la inauguración, luego del sonoro aplauso de los presentes al escuchar su nombre como artífice de la obra, El general Méndez Arroyo, simplemente dijo:
           -  ¡Don Felipe!, ahí tiene su carretera; y procure que ese café y esos cambures lleguen más allá: a la capital; no olvide que mi general está pendiente de la provincia.
           Don Felipe, hombre estudiado e inteligente, además rico latifundista, sonrió con igual gesto y agradeció con amabilidad.
- ¡Gracias, así será, mi general?
           - ¡Ah! , y cuando pueda échese una pasadita por el cuartel a ver si negociamos algunas tierras que son muy ricas, por lo visto.
          - ¡Cómo no , mi general, cuando usted mande – le respondió y prosiguió – “Mi general en nombre de la comunidad agradezco su favor; de verdad necesitábamos la carretera. Ahora será más fácil subir a la ciudad. Siempre se lo reconoceremos; y su nombre recordado por la historia y sus hombres.”
- ¡No es para tanto, Don Felipe! Con un gracias me conformo.
          Luego se acercó y le dijo en el oído en voz baja:
          - “Y por su puesto con que me tenga tranquila a toda esta gente. Mire que no queremos problemas”. Finalmente, agregó:
- Y ahora me retiro.
- ¡Viva El general Méndez Arroyo! ¡Viva El General Méndez Arroyo! – Gritó desde el corredor de la antigua casona, el Padre Andrés,
mientras arrojaba agua bendita sobre la obra, e imploraba a Dios porque ese fuese el camino al progreso.
- ¡Viva! – contestaron los presentes.
- ¡Muy bueno eso! ¡Muy bueno! Respondió el general.
       El puente era angosto, y hecho para el paso de mulas con carga. La subida era exigente, y los más ancianos comenzaron a rezagarse. Por lo que fue necesario caminar despacio.
         Cuando llegaron a la curva larga, el Padre Andrés se detuvo y esperó sentado en un montículo frente al inmenso vacío que se ofrecía majestuoso ante a sus ojos. La última en llegar fue Doña Olga quien camándula en mano no dejaba en ningún momento de orar, rezar y pedir por los más necesitados.
          - ¿Estamos todos?, preguntó el cura, mientras observaba a los súbditos agruparse para compartir el desayuno de arepas de harina de maíz con queso y café, que todos llevaban como avío.
           - “Pronto todo eso será un pueblo bautizado por Dios; pero también ese verdor de la naturaleza será sustituido por nuevas casas, nuevas personas, nuevas dificultades. Las casas de techos rojos irán desapareciendo con el tiempo, no precisamente tragadas por la selva sino sacrificadas por el progreso. Habrá cambios terribles, y la fe que hoy se fortalece será lo único que nos mantendrá unidos.” -  Expresó.
         El Presbítero se detuvo cuando observó que Juanita - una niña de nueve  años lo miraba fijamente y afirmaba con sus ojos que no entendía nada.          
          - ¡Ven Juanita! – dijo.
          Pero la niña se negó, y permaneció sentada al lado de su madre quien parecía embelesada con las palabras del padre. Todos miraban el inmenso  paraíso que desnudaba al verde y lo acercaba al cielo. La bruma era escasa y el río chama no detenía su charla, mientras recorría su largo camino hasta entrelazarse con el lago, que siempre estaba dispuesto a recibirlo con los brazos abiertos.
- ¿Y cómo sabe usted eso, padre?
         - ¡Así lo he visto en mis oraciones. Lo que digo ocurrirá. Pero no debemos temer porque Dios siempre estará pendiente de nosotros.
        - ¿Eso es cierto, padre, o usted está exagerando?
      - ¡Exagerar! No, Bernardo. Será difícil luchar contra tanto cambio, tanta dificultad.
- ¿Y cómo lograremos salir adelante?
          - No lo sé; quizás con la unión de todos los habitantes y la oración.
 Después del duro caminar, los feligreses llegaron al templo, destino de su peregrinación. El padre Tomás salió a recibirlos.
        - ¡Gracias Dios por haberlos traído con bien! – dijo en voz alta, como si hablara para el mismo, mientras unía sus manos en forma de alabanza, y con una  amplia sonrisa, aplaudía.
         Poco a poco fueron entrando. Afuera les brindaban un jugo de naranja frío para calmar la sed producida por la dura faena.
          La iglesia lucía sus puertas abiertas de par en par como una madre que espera ansiosa la llegada de sus hijos porque la tarde está por caer, o la noche se ha hecho dueña de la oscuridad, y el seno materno es imprescindible para comenzar un nuevo día. Entrando, al lado izquierdo, una hermosa mujer sentada sobre un banco; con un pequeño niño en su brazos y una linda sonrisa, esperaba la llagada de los peregrinos; a su alrededor, algunos devotos rezaban y repetían oraciones que acercaban a la fe a quienes creen en la religión como un camino seguro para acercarse a Dios.
.      - ¡Es hermosa! – dijo Doña María, sin dejar de expresar  su fe en la devoción a través de sus lágrimas -.
        - ¡Es preciosa! – expresó Doña Olga,  y sus primeros deseos giraron en torno Clarita - “Virgencita gracias por haber dado fuerzas a mi espíritu para llegar hasta usted; pero no es por mi por quien he venido, porque sabe que soy un servidora del señor; es por Clarita, esa niña...”
 El padre Tomás ofreció la eucaristía, en compañía de algunos seminaristas que habían asistido por solicitud del propio párroco. El cansancio no fue razón para disfrutar de la homilía en la que el hombre hizo una exposición de los motivos por los cuales ofrecía la imagen a la comunidad...
- “Escuché su mensaje mientras dormía, hace unos dos meses,  y    su presencia se hizo reiterativa; cada vez que hacía oración, la imagen de la Madre de Dios, se posaba en mi mente como aquello que preocupa, que recuerda. Un día oré hasta muy tarde, y en medio de la oración, el Espíritu Santo me habló para decirme que cumpliera la voluntad de la Madre. Y hoy con el mayor de los orgullos cristianos: la humildad, les otorgo esta hermosa imagen para que veneren a través de ella a la Madre de Jesús: el Salvador...”
Entonces hizo su parición en escena un grupo de jóvenes    quienes con atuendos indígenas, parecidos a los indios cospes, - dorso desnudo y medio cuerpo cubierto con una falda hecha con cascarón y pintados con color de onoto - danzaban en torno La Imagen de la Virgen. El sonido de los palos al golpear el piso, y así mismo cuando se encontraban en lo alto, plenó la iglesia, y los curiosos no dejaron de mirar hacia el grupo, encabezado por un joven cacique que, lanza en alto, indicaba los compases de la danza: la danza de la lluvia, la danza de la cosecha, la danza de la siembra, la danza de la fertilidad... Eran mostradas a los feligreses.
         Había sido el trabajo de Doña Felicia y yo.
          - ¡Tenemos dos tribus! -  dijimos con orgullo.
          Había llegado el momento de partir hacia su nuevo hogar.
            Cuatro hombres elevaban hasta sus hombros, la Imagen Sagrada que sobre una base rectangular y cuatro salientes, permanecía fija sobre un tablón de madera que habían adornado con hermosas flores, y hacían de su traje azul, blanco y rosado, un hermoso complemento a su belleza.        
           La pólvora marcaba el camino; atrás la música típica amenizaba el ambiente con bellos vals, acompasados por el violín como actor principal.
         El padre Tomás se dirigió, una vez más, a los feligreses:
           - Despidamos la imagen de nuestra Sra. de Coromoto con un ¡Viva     la Virgen de Coromoto! ¡Viva la Virgen de Coromoto!
- ¡Viva! ¡Viva! – respondió a coro  la muchedumbre.
           - “Cuando llegamos, la comunidad nos recibió como héroes. Había una verdadera fiesta cristiana. Nadie se había quedado en casa. Nos tenían comida, sí, recuerdo que fue un rico sancocho. Era el mejor sancocho porque representaba un plato más para el espíritu que para el cuerpo. – dijo, Doña Olga sin ocultar su sonrisa medio nerviosa.
          La hermosa niña la observó un instante. Comprendió que su silencio...
-       ¡Qué bonito, Sra. Olga! ¿Y cuándo comenzarán de nuevo?
          El próximo mes de septiembre que es el mes de La Virgen María de Coromoto... – Luego hizo una breve pausa que delató sus lágrimas, agregó:
           -  “Y siento que esta vez será para siempre”
           - ¡Así será, Sra. Olga! ¡Así será! – concluyó, la niña, también envuelta en el manto de la emoción que se expresa con llanto.          
       
Clarita recordaba todo aquello. La noche había transcurrido muy lentamente. Pensó en ella y en su vida...
        Esa mañana despertó más temprano  para orar y rezar. Movida por una fuerza superior a su voluntad - como le había ocurrido otras veces - salió al corredor de la casa. Su mirada estaba fija en el camino que daba hacia la calle principal. De vez en cuando levantaba su mirada hacia la montaña para ver los destellos de luz producida por  los  viajeros en la oscuridad del camino, mientras el alba poco a poco se acercaba, para que el amanecer hiciera su entrada triunfal ante el nuevo y maravilloso día.
            - ¡ “Que bonito parecen estrellas que caminan!” – pensó en voz alta, y un tierno suspiro se dejó escuchar en el silencio que acompañaba a la oscuridad.
- ¡Mamá, Mamá, venga a ver esto! – gritó.
          La Sra. Andrea, preocupada por los gritos, corrió a su cuarto; pensó que a lo mejor Clarita se había caído por la necedad, decía ella, de estarse parando en las noches dormida a caminar...
- Otra vez, Clarita, hija mía, no debes seguir haciendo eso.
- ¿Qué, Mamá? ¿Hacer qué? Ella me dijo que lo hiciera.
- ¿Quién, mi amor?
- Ella, la Virgen: me dijo que me levantara y caminara.
            - Pero te estás haciendo daño; no es la primera vez que lo haces.
- ¿Te has golpeado?
- Sí, pero no me duele, Mami.
          La Sra. Andrea dejó aflorar todo su amor de madre, y hecha  un mar de lágrimas, la abrazó con ternura, la besó tantas veces, que cada vez la estrechaba más y más a su cálido pecho.
- ¡Ay, hija mía, qué no diera yo porque caminaras, pero...
- Pero, nada, Mamá, y no llores. Ella me ayudará.
 La Sra. Andrea observó que su hija le mostraba una estampa de María  de Coromoto.
- ¿Cómo la obtuviste?
- Fue un regaló de Doña Olga; me la envió con el Sr. Bernardo. - hizo una breve pausa – luego continuó:
- Mami, sabes que también me dijo la Virgencita.
- ¿Qué, mi Princesa?
           - Que algún día volvería para quedarse para siempre con nosotros; y ese día llegó.
- ¡No entiendo! ¡Explícate!
- ¡Que volverá a tener su Fiesta Patronal, y para siempre.
- ¿Qué más te dijo?
- Que para caminar, todo lo que tengo que hacer es  practicar,     y  ella, la Virgencita, me dice cuando hacerlo.
            - Pero llevas noches haciendo eso, y te tengo que levantar del piso.
 - Antes tenía miedo; ahora  no, porque sé que algún día lo lograré.
- ¡Abrázame fuerte, muy fuerte para que llene mi corazón de esa
 fe y esperanza, y mis ojos puedan verte caminar.
- ¡Gracias, Mami, por ayudarme; te quiero mucho...
- Yo también, mi amor, yo también. Y ahora a dormir.
-         ¡Ajá!
 La Sra. Andrea soltó las cosas que tenía en la mano y corrió al llamado de su hija. El cuarto estaba vacío.
- ¡Clarita!, ¡Clarita!, ¿Dónde estás?
- ¡Mire!, ¡Mami!, ¡mire..! – Y con su dedo índice señalaba hacia el camino.
- ¡Clarita, no es posible, cómo llegaste hasta aquí? ¿Te hiciste daño?
          - No sé, Mami, cuando me di cuenta estaba  aquí, mirando hacia el camino que da  a la ciudad, las luces que se ven y que...
Impulsada por la misma acción Clarita dio un paso hacia donde se encontraba su madre, quien cayó de rodillas.
- ¡Dios mío, no puede ser!
- ¿Qué no puede ser, Mami? ¿Por qué lloras?
- ¡Estás de pie, Clarita. Es un milagro...!
Clarita se acercó a su Mamá, le dio un tierno beso y la abrazó; y expresó...
- ¡Es Nuestro Milagro, Mami. Nuestro milagro!

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