A
los habitantes de “El Chama”,
especialmente
a los devotos de
María
de Coromoto (Nuestra Sra. de Coromoto),
que
hicieron posible “Nuestro Milagro”,
al contar con una Fiesta Patronal
en la Comunidad...
Nuestro Milagro
Clarita había estado nerviosa. No podía
apartar de su mente, la primera vez que vio Imagen de La Virgen de Coromoto
cuando hizo el recorrido por el asentamiento. Sería, entonces, la segunda
oportunidad que tenía de hablarle y reafirmar su profunda fe en que ocurriera
el milagro. Muchas imágenes y recuerdos venían a su inquieta memoria, como
aquella en la que había aprendido a conocer
el poder del rezo y la oración, cuando sintió que El Ave María, La Santa
María y El Padre Nuestro se unían, cual estruendoso río, provocando un ruido
ensordecedor.
-
¿Qué es lo que se escucha, Sra. Olga?
- ¡La oración, mija!
Es la oración,
el rezo; que está demostrando el inmenso poder que hay en
él.
-
¡Tanto así!
- Sí, y más. Lástima que no recemos
siempre; y menos, así. Todo sería diferente.
-
Desde hoy, voy a rezar así para curarme.
-
Claro que sí, Clarita, claro que sí. La Virgencita te curará pronto.
- ¿De verdad, Doña Olga? ¿De
verdad? Correré por los
cafetales, jugaré con mis amigas y...y...caminaré. Sobre todo, caminaré;
me... me conformo con mover mis piernas y caminar aun... que sea un poquito. Y
sabe, todas las noches rezo para que pueda caminar.
Doña
Olga sintió que su pecho se comprimía, y no pudo evitar que sus ojos se
expresaran de la mejor manera, para acompañar los de la infanta que, llenos de
esperanza, navegaban en llanto. Tragó grueso. Sorbió aire, pues parecía
faltarle y, mirándole a los ojos, le dijo:
- Te voy a contar un secreto, pero prométeme
que hoy no vas a llorar más, y, sobre todo, no te lo vas a decir a nadie.
- Así será, Sra. Olga; además yo
no puedo hacer lo que hace la Sra. Eustaquia que sale y se mete en la casa de
la... vecina, y ya todos saben que es para hablar de...
-
No está bien que comentes eso.
-
¿Por qué, Sra. Olga?
- Porque cada quien es dueño de sus
actos, y debe responder por ellos. – Hizo un breve silencio.
-
“Estaba medió dormida cuando...”
-
“Tan , ta, tan, ta, tan... Escuchas eso, Bernardo?”
- ¿Qué cosa, mujer? Déjame dormir;
lo que escucho es a mi sueño que me llama para madrugar e irme a la finca.
-
Pero yo si los escucho; son tambores, Bernardo.
-
¡Qué tambores, ni que..! ¡Duérmase mujer!
Doña Olga se recostó de nuevo, pero
no pudo dormir; su mirada estaba fija en el techo de su humilde casa de
bahareque y teja, y su pensamiento no dejaba de
inquietarla...
-
“Son tambores, claro que sí.”
Con esas palabras rondando su cabeza,
concilió el sueño por breve tiempo, pues la madrugada la despertó para que le
hiciera el avío a su esposo.
-
¿Qué te pasaba anoche, mujer?
- Se que te burlarás
de mi, pero era
cierto lo que te decía; llevo noches escuchando esos sonidos... Cada vez
son más fuertes, es como si... si se acercaran a la casa.
-
Aquí los únicos
tambores que se
escuchan son los de San
Benito.
Al menos que...– dijo el hombre luego de pensar en otra posibilidad – sean los de... Pero no puede ser...
-
Sí, lo sé...
-
¡Entonces!
- No sé, a veces me da miedo.
Es un
sonido desconocido, pero comprensible para mí; otras, me alegro
porque puede ser una señal de algo muy importante está por suceder en nuestro
asentamiento.
- No tendrá que ver con La Fiesta Patronal
que no se hace desde...
-
En eso estoy pensando.
Bernardo la observaba con
detenimiento. Olga hablaba con mucha propiedad. Su mirada parecía captar algo
que no entendía, ni percibían los suyos.
Con temor reaccionó.
-
Mejor termine de prepararme el desayuno, mujer, porque hoy
tengo que trabajar muy duro...
- Está bien, Bernardo. ¡Ah! Cuando
pases por la casa de la Sra. Andrea, me saludas a Clarita y le entregas esto.
-
¿Y qué es?
- ¡Una estampita de La Virgen María de
Coromoto! La compré cuando fui a la ciudad; se la había prometido.
-
¿Usted cree que esa niña pueda caminar algún día?
-
Sí, creo que sí, es una niña llena de mucha fe y esperanza.
-
¡Yo lo veo difícil!
- Nada de eso, Bernardo. Para Dios
y la Virgen todo es posible, y tú lo sabes.
El hombre terminó su desayuno y
salió de su casa, despidiéndose como siempre de su esposa con un
beso...
-
¿Sra. Olga y usted todavía escucha esos tambores?
-
Sí, Clarita, todas las noches.
- ¿Y qué podrá ser?
-
Sólo Dios sabe.
-
Pero no es nada malo, ¿verdad?
- No, mijita, no pienses en cosas malas. Dios en su momento
nos dirá de qué se trata. Anoche no los escuché, y me pregunto si tiene que ver
con la Fiesta Patronal que hace tiempo no se hace, como me dijo Bernardo.
- ¡A lo mejor!, Sra. Olga, a lo mejor... Y si
es así, ¿Por qué no se hace? Usted
podría organizarla... Lástima que no pueda caminar; me gustaría ir y ayudarte.
Siento tantos deseos de curarme que...
- Cuidado con sentir lástima. Cuando puedas caminar lo
harás. Ya me reuní con el Sr. José, Doña María y Don Matías -
quien las inició -, y les conté lo ocurrido.
-
¡Bravo, Sra., Olga! Así se hace.
Doña
Olga no pudo evitar reír.
- ¿Doña Olga por qué no se ha hecho
más la Fiestas Patronal? – Preguntó, Clarita, una vez más.
- Por la poca fe que hay en el
corazón de mucha gente. Por eso, hija, por eso...
- ¿Y
cómo era cuando empezó La Fiesta Patronal?
Doña
Olga hizo una breve pausa...
- “Todo era tan lindo cuando
empezó...”
- ¡Epa, José, despierte! Ya
es hora; párese.
Voy a llamar
los muchachos. Mire que es domingo, y el Padre Andrés nos espera pronto
para salir temprano a la peregrinación. Hoy será un día muy especial.
-
Sí, de eso estamos seguros...
Ya Don Matías había ascendido por
las viejas escaleras al campanario y abría de par en par las puertas de la
pequeña capilla que, al decir de las personas, sobre todo los niños, le
pertenecía:
- ¿Cómo es eso de que la iglesia es
de Don Matías si, él no es cura?
- Debe ser porque él la ayudó a
construir.
-
¿Cómo? y ¿Cuándo?
- Hace como cincuenta años,
trayendo arena y
piedra de la quebrada; y trabajando gratuitamente junto
a otros vecinos.
-
Entonces sí, es de él.
- Si somos justos creo que sí. Además,
es quien tiene
sus llaves; fue su primer mayordomo, y ha servido a todos los párrocos
que hasta hoy han pasado por la comunidad.
-
¿Cuántos años tiene Don Matías?
-
¡Ochenta y cuatro!
-
Cuando él muera deberían colocarle su nombre, ¿No crees?
- Sí, a lo mejor. Pero si no es a la
iglesia, porque ellos, los curas,
son muy celosos de sus cultos. Debería
ser a otra cosa; algo que inmortalice su
presencia entre nosotros porque se lo merece...
-
¡Ojalá! – agregó la hermosa niña,
mirando con esperanza aquella
posibilidad.
Se acercaba el amanecer. El frío se paseaba
alegre con el doblar de las campanas que,
al son de “café con pan” , “café con pan, pal” sacristán”, se dejaban
escuchar entre los arbustos. A lo lejos eran replicadas por el canto de los
gallos en los corrales. Sólo en los
funerales cambiaba de tono, y al toque parecía que el sonido se desprendía por
momentos de la cuerda para esperar con tristeza el siguiente compás del
movimiento. La noche había sido una espera palpitante en el pecho de los
humildes habitantes del asentamiento. La madrugada no dejaba de agitar,
presurosa de contar con el calor humano.
Ese mismo día, otra María: María del
Perpetuo Socorro, cedía su lugar para que una nueva promesa cristiana hiciera
acto de presencia, y La devoción por María de Coromoto se estableciera entre
los feligreses. No era suficiente La Misión. Necesitaban una Diosa, una Madre
que los acompañara en su diario peregrinar de pueblo creyente y fiel a la
tradición impuesta por la iglesia a nuestros padres.
Por las calles, se escuchaban pasos y
voces de la gente que poco a poco se reunía frente a la pequeña capilla,
ubicada en el corazón de la comunidad, y cobijaba en su recinto a los creyentes
que, contados en cientos escasamente, estaban distribuidos en los distintos
caseríos que conformaban el asentamiento, y asistían a misa cada quince días
cuando un sacerdote acudía desde la iglesia catedral. Lejos estaba de
convertirse en una parroquia, y contar con un cura que oficiara todos los días, y los acompañara en aquella
celebración donde se encuentran la religión, la
tradición, lo popular, lo folklórico, la fe y lo pagano.
El Padre Andrés se levantó temprano.
Oró con mayor fervor. Sabía que iba a hacer historia:
- “Seré el primero y Dios lo sabe”.
Pero soy tan pecador, Señor, que me atemoriza arrodillarme ante ti; aún así
aquí estoy.”
Con estos pensamientos, permaneció en
silencio contemplándose entre su pueblo, recibiendo ovaciones por su aporte
significativo a la iglesia. A lo mejor, pronto
sería obispo, y contaría con creyentes que oraran por él.
Afuera se escuchaba voces.
-
¡Padre, Padre Andrés, buenos días!
Era el saludo acompañado de un
abrazo que unía a cada feligrés que llegaba.
- ¡Buenos días, Antonio!, ¿cómo
está? Veo que asistió con su familia.
- ¡Bien, Padre, gracias a Dios! Hoy no
se puede quedar nadie en casa.
-
Tiene razón, hoy más que nunca, Dios necesita de nosotros.
Los morteros comenzaron a despertar
el día, como señal no sólo de alegría sino de preámbulo a la peregrinación. Los
perros ladraban con más fuerza, ante el ruido producido por la pólvora. Las aves
cantaban. Nadie quería perderse la celebración.
- ¡Encendamos las velas
y pongámonos en
manos de Dios y
la Virgen – Anunció el Padre Andrés.
La oscuridad, que sólo era repelida
por las linternas, salía corriendo a esconderse por entre los higuerones y
cedros que rodeaban el lugar.
- ¡En nombre de Dios – dijo Doña
María – “Dame fuerzas Virgencita para subir y llegar hasta donde nos espera.”
-
¿Qué dices, María?
-
Me encomiendo a la Virgencita, José, para que nos ayude.
-
¡Qué así sea, vieja, que así sea!
La peregrinación comenzó envuelta
en cánticos y oraciones de alabanzas.
El largo camino, que luego de duras
luchas y arduas diligencias había logrado hacer el gobierno del general Méndez
Arroyo, se mostraba desafiante.
- Es todo lo que puedo hacer por
ustedes: ampliarles el camino para que suban con más comodidad la producción
agrícola de la zona, - finalizó diciendo
el alto personero del gobierno.
El general se levantó y se
dirigió por el pasillo hasta otra oficina donde estaba un Teniente que al
sentir sus pasos se erguió como un roble
y hasta la respiración contuvo.
-
Atiéndame a esta gente, y el trabajo tiene que estar hecho en
un
mes.
- ¡Sí, mi general! - respondió el
hombre, sin atreverse a preguntar de qué se trataba.
_“Todavía recuerdo esa burda escena de
actuación que al día siguiente trajo hasta la falda a un grupo de hombres,
soldados sobre todo, a jalar pico y pala de sombra a sombra, pues comenzaba con
la oscuridad de la madrugada y terminaba con la de la noche que se quedaba
atrás.”_ Agregó Doña Olga.
El camino se amplió, y pronto la
carretera salió al paso del progreso.
El día de la inauguración, luego del sonoro aplauso de los presentes al
escuchar su nombre como artífice de la obra, El general Méndez Arroyo,
simplemente dijo:
-
¡Don Felipe!, ahí tiene su carretera; y procure que ese café y esos
cambures lleguen más allá: a la capital; no olvide que mi general está
pendiente de la provincia.
Don Felipe, hombre estudiado e
inteligente, además rico latifundista, sonrió con igual gesto y agradeció con
amabilidad.
-
¡Gracias, así será, mi general?
- ¡Ah! , y cuando pueda échese una
pasadita por el cuartel a ver si negociamos algunas tierras que son muy ricas,
por lo visto.
- ¡Cómo no , mi general, cuando usted
mande – le respondió y prosiguió – “Mi general en nombre de la comunidad
agradezco su favor; de verdad necesitábamos la carretera. Ahora será más fácil
subir a la ciudad. Siempre se lo reconoceremos; y su nombre recordado por la
historia y sus hombres.”
-
¡No es para tanto, Don Felipe! Con un gracias me conformo.
Luego se acercó y le dijo en el oído
en voz baja:
- “Y por su puesto con que me tenga
tranquila a toda esta gente. Mire que no queremos problemas”. Finalmente, agregó:
-
Y ahora me retiro.
-
¡Viva El general Méndez Arroyo! ¡Viva El General Méndez Arroyo! – Gritó desde
el corredor de la antigua casona, el Padre Andrés,
mientras
arrojaba agua bendita sobre la obra, e imploraba a Dios porque ese fuese el
camino al progreso.
-
¡Viva! – contestaron los presentes.
-
¡Muy bueno eso! ¡Muy bueno! Respondió el general.
El puente era angosto, y hecho para el
paso de mulas con carga. La subida era exigente, y los más ancianos comenzaron
a rezagarse. Por lo que fue necesario caminar despacio.
Cuando llegaron a la curva larga, el
Padre Andrés se detuvo y esperó sentado en un montículo frente al inmenso vacío
que se ofrecía majestuoso ante a sus ojos. La última en llegar fue Doña Olga
quien camándula en mano no dejaba en ningún momento de orar, rezar y pedir por
los más necesitados.
- ¿Estamos todos?, preguntó el cura,
mientras observaba a los súbditos agruparse para compartir el desayuno de
arepas de harina de maíz con queso y café, que todos llevaban como avío.
- “Pronto todo eso será un pueblo
bautizado por Dios; pero también ese verdor de la naturaleza será sustituido
por nuevas casas, nuevas personas, nuevas dificultades. Las casas de techos
rojos irán desapareciendo con el tiempo, no precisamente tragadas por la selva
sino sacrificadas por el progreso. Habrá cambios terribles, y la fe que hoy se
fortalece será lo único que nos mantendrá unidos.” - Expresó.
El Presbítero se detuvo cuando observó
que Juanita - una niña de nueve años lo
miraba fijamente y afirmaba con sus ojos que no entendía nada.
- ¡Ven Juanita! – dijo.
Pero la niña se negó, y permaneció
sentada al lado de su madre quien parecía embelesada con las palabras del
padre. Todos miraban el inmenso paraíso
que desnudaba al verde y lo acercaba al cielo. La bruma era escasa y el río chama
no detenía su charla, mientras recorría su largo camino hasta entrelazarse con
el lago, que siempre estaba dispuesto a recibirlo con los brazos abiertos.
-
¿Y cómo sabe usted eso, padre?
- ¡Así lo he visto en mis oraciones.
Lo que digo ocurrirá. Pero no debemos temer porque Dios siempre estará
pendiente de nosotros.
- ¿Eso es cierto, padre, o usted está
exagerando?
- ¡Exagerar! No, Bernardo. Será difícil
luchar contra tanto cambio, tanta dificultad.
-
¿Y cómo lograremos salir adelante?
- No lo sé; quizás con la unión de
todos los habitantes y la oración.
Después del duro caminar, los feligreses
llegaron al templo, destino de su peregrinación. El padre Tomás salió a
recibirlos.
- ¡Gracias Dios por haberlos traído con
bien! – dijo en voz alta, como si hablara para el mismo, mientras unía sus
manos en forma de alabanza, y con una
amplia sonrisa, aplaudía.
Poco a poco fueron entrando. Afuera
les brindaban un jugo de naranja frío para calmar la sed producida por la dura
faena.
La iglesia lucía sus puertas abiertas
de par en par como una madre que espera ansiosa la llegada de sus hijos porque
la tarde está por caer, o la noche se ha hecho dueña de la oscuridad, y el seno
materno es imprescindible para comenzar un nuevo día. Entrando, al lado
izquierdo, una hermosa mujer sentada sobre un banco; con un pequeño niño en su
brazos y una linda sonrisa, esperaba la llagada de los peregrinos; a su
alrededor, algunos devotos rezaban y repetían oraciones que acercaban a la fe a
quienes creen en la religión como un camino seguro para acercarse a Dios.
. - ¡Es hermosa! – dijo Doña María, sin
dejar de expresar su fe en la devoción a
través de sus lágrimas -.
- ¡Es preciosa! – expresó Doña
Olga, y sus primeros deseos giraron en
torno Clarita - “Virgencita gracias por haber dado fuerzas a mi espíritu para
llegar hasta usted; pero no es por mi por quien he venido, porque sabe que soy
un servidora del señor; es por Clarita, esa niña...”
El padre Tomás ofreció la eucaristía, en
compañía de algunos seminaristas que habían asistido por solicitud del propio
párroco. El cansancio no fue razón para disfrutar de la homilía en la que el
hombre hizo una exposición de los motivos por los cuales ofrecía la imagen a la
comunidad...
-
“Escuché su mensaje mientras dormía, hace unos dos meses, y su
presencia se hizo reiterativa; cada vez que hacía oración, la imagen de la
Madre de Dios, se posaba en mi mente como aquello que preocupa, que recuerda.
Un día oré hasta muy tarde, y en medio de la oración, el Espíritu Santo me
habló para decirme que cumpliera la voluntad de la Madre. Y hoy con el mayor de
los orgullos cristianos: la humildad, les otorgo esta hermosa imagen para que
veneren a través de ella a la Madre de Jesús: el Salvador...”
Entonces hizo su parición en escena un grupo de jóvenes quienes con atuendos indígenas, parecidos a
los indios cospes, - dorso desnudo y medio cuerpo cubierto con una falda hecha
con cascarón y pintados con color de onoto - danzaban en torno La Imagen de la
Virgen. El sonido de los palos al golpear el piso, y así mismo cuando se
encontraban en lo alto, plenó la iglesia, y los curiosos no dejaron de mirar
hacia el grupo, encabezado por un joven cacique que, lanza en alto, indicaba
los compases de la danza: la danza de la lluvia, la danza de la cosecha, la
danza de la siembra, la danza de la fertilidad... Eran mostradas a los
feligreses.
Había sido el trabajo de Doña Felicia
y yo.
- ¡Tenemos dos tribus! - dijimos con orgullo.
Había llegado el momento de partir
hacia su nuevo hogar.
Cuatro hombres elevaban hasta sus
hombros, la Imagen Sagrada que sobre una base rectangular y cuatro salientes,
permanecía fija sobre un tablón de madera que habían adornado con hermosas
flores, y hacían de su traje azul, blanco y rosado, un hermoso complemento a su
belleza.
La pólvora marcaba el camino; atrás
la música típica amenizaba el ambiente con bellos vals, acompasados por el
violín como actor principal.
El padre Tomás se dirigió, una vez
más, a los feligreses:
- Despidamos la imagen de nuestra
Sra. de Coromoto con un ¡Viva la
Virgen de Coromoto! ¡Viva la Virgen de Coromoto!
-
¡Viva! ¡Viva! – respondió a coro la
muchedumbre.
- “Cuando llegamos, la comunidad nos
recibió como héroes. Había una verdadera fiesta cristiana. Nadie se había
quedado en casa. Nos tenían comida, sí, recuerdo que fue un rico sancocho. Era
el mejor sancocho porque representaba un plato más para el espíritu que para el
cuerpo. – dijo, Doña Olga sin ocultar su sonrisa medio nerviosa.
La hermosa niña la observó un
instante. Comprendió que su silencio...
- ¡Qué
bonito, Sra. Olga! ¿Y cuándo comenzarán de nuevo?
El próximo mes de septiembre que es
el mes de La Virgen María de Coromoto... – Luego hizo una breve pausa que
delató sus lágrimas, agregó:
-
“Y siento que esta vez será para siempre”
- ¡Así será, Sra. Olga! ¡Así será! –
concluyó, la niña, también envuelta en el manto de la emoción que se expresa
con llanto.
Clarita
recordaba todo aquello. La noche había transcurrido muy lentamente. Pensó en
ella y en su vida...
Esa mañana despertó más temprano para orar y rezar. Movida por una fuerza
superior a su voluntad - como le había ocurrido otras veces - salió al corredor
de la casa. Su mirada estaba fija en el camino que daba hacia la calle principal.
De vez en cuando levantaba su mirada hacia la montaña para ver los destellos de
luz producida por los viajeros en la oscuridad del camino, mientras
el alba poco a poco se acercaba, para que el amanecer hiciera su entrada
triunfal ante el nuevo y maravilloso día.
- ¡ “Que bonito parecen estrellas
que caminan!” – pensó en voz alta, y un tierno suspiro se dejó escuchar en el
silencio que acompañaba a la oscuridad.
-
¡Mamá, Mamá, venga a ver esto! – gritó.
La Sra. Andrea, preocupada por los
gritos, corrió a su cuarto; pensó que a lo mejor Clarita se había caído por la
necedad, decía ella, de estarse parando en las noches dormida a caminar...
-
Otra vez, Clarita, hija mía, no debes seguir haciendo eso.
-
¿Qué, Mamá? ¿Hacer qué? Ella me dijo que lo hiciera.
-
¿Quién, mi amor?
-
Ella, la Virgen: me dijo que me levantara y caminara.
- Pero te estás haciendo daño; no
es la primera vez que lo haces.
-
¿Te has golpeado?
-
Sí, pero no me duele, Mami.
La Sra. Andrea dejó aflorar todo su
amor de madre, y hecha un mar de
lágrimas, la abrazó con ternura, la besó tantas veces, que cada vez la
estrechaba más y más a su cálido pecho.
-
¡Ay, hija mía, qué no diera yo porque caminaras, pero...
-
Pero, nada, Mamá, y no llores. Ella me ayudará.
La Sra. Andrea observó que su hija le mostraba
una estampa de María de Coromoto.
-
¿Cómo la obtuviste?
- Fue un regaló de Doña Olga; me la envió con el Sr.
Bernardo. - hizo una breve pausa – luego continuó:
-
Mami, sabes que también me dijo la Virgencita.
-
¿Qué, mi Princesa?
- Que algún día volvería para
quedarse para siempre con nosotros; y ese día llegó.
-
¡No entiendo! ¡Explícate!
-
¡Que volverá a tener su Fiesta Patronal, y para siempre.
-
¿Qué más te dijo?
-
Que para caminar, todo lo que tengo que hacer es practicar,
y ella, la Virgencita, me dice
cuando hacerlo.
- Pero llevas noches haciendo eso,
y te tengo que levantar del piso.
- Antes tenía miedo; ahora no, porque sé que algún día lo lograré.
-
¡Abrázame fuerte, muy fuerte para que llene mi corazón de esa
fe y esperanza, y mis ojos puedan verte
caminar.
-
¡Gracias, Mami, por ayudarme; te quiero mucho...
-
Yo también, mi amor, yo también. Y ahora a dormir.
-
¡Ajá!
La Sra. Andrea soltó las cosas que tenía en la
mano y corrió al llamado de su hija. El cuarto estaba vacío.
-
¡Clarita!, ¡Clarita!, ¿Dónde estás?
-
¡Mire!, ¡Mami!, ¡mire..! – Y con su dedo índice señalaba hacia el camino.
-
¡Clarita, no es posible, cómo llegaste hasta aquí? ¿Te hiciste daño?
- No sé, Mami, cuando me di cuenta
estaba aquí, mirando hacia el camino que
da a la ciudad, las luces que se ven y que...
Impulsada
por la misma acción Clarita dio un paso hacia donde se encontraba su madre,
quien cayó de rodillas.
-
¡Dios mío, no puede ser!
-
¿Qué no puede ser, Mami? ¿Por qué lloras?
-
¡Estás de pie, Clarita. Es un milagro...!
Clarita
se acercó a su Mamá, le dio un tierno beso y la abrazó; y expresó...
-
¡Es Nuestro Milagro, Mami. Nuestro milagro!
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