Rayaba
el alba cuando la puerta de aquel palacio se abrió y con señal visible de sueño
y cansancio apareció la figura de aquel hombre delgado con rasgos indígenas que
instantes después hablaba a sus compañeros; pero sobre todo a su pueblo, para
llamarlos a la paz, a la espera. Hasta ese momento nadie sabía quién era, de
dónde venía y por qué se atrevía a irrumpir en la escena política para intentar
derrocar el gobierno del entonces Presidente Pérez. Todavía muchos, entre ellos
un servidor, durante el día, no recordábamos el nombre del teniente coronel que
había dicho, “por ahora”, aquel 4 de febrero de 1992. Sin embargo, algo había
dejado en el escenario político aquel atrevido militar que de alguna manera
comenzó a generar expectativa entre quienes veíamos que el país necesitaba
cambios, pues la democracia representativa venía en franca decadencia, y
parecía insostenible: privatización, alto costo de la vida, inseguridad,
pobreza, desempleo, entre otros; pero el más grave: la decadencia de la
democracia partidista era evidente, y el pueblo que marchaba, que luchaba, que
conocía y vivía aquella realidad, clamaba día a día por un cambio. Se hablaba
de la necesidad de un sacudón más allá del caracazo: una dictadura; y hasta se
pensaba en un Pinochet que pusiera orden en la Nación. Hoy digo: gracias a Dios
después de aquel 4F no fue necesario, pero hoy quince años después de
Revolución, ese fantasma parece tocar la puerta sin contar con que tenemos
Patria y Pueblo dispuesto a defenderla con la vida, con el alma, si es preciso.
Durante los siguientes días el tema era Chávez, quién era, por qué, para qué;
pocos entendía el mensaje; otros, simplemente, pensaron en un mesías que
llegaría a salvar el país. Los meses pasaron y la cárcel que custodiaba a aquel
militar se convirtió, dicho por él, en su mejor escuela para la lectura, la
reflexión, el pensamiento y la decisión de entrar en el terreno de la política
e intentar tomar el poder por la vía de las elecciones, pese a que era el
primero en fustigar al poder electoral; incluso llegó a hacer el llamado de no
participar en elecciones porque no era confiable competir con un enemigo que
tenía todas las ventajas, ciertas por cierto de mantenerse en el poder dentro
de la llamada democracia puntofijista. Conforme pasaban los días se fue
adentrando en el pueblo creando una plataforma de lucha que lo llevó a
consolidar una idea política contundente: El Socialismo del siglo XXI; que
revistió de misiones, de ejemplos, de combate revolucionario en todos los
estadios de la vida social, pero, sobre todo en la política, la cual convirtió
en la máxima expresión de la revolución bolivariana. En sólo quince años realizó lo que toda la
cuarta república junta con los partidos que la gobernaban no alcanzó. El nivel de
compromiso fue tal que sobrepasó los niveles de comprensión humana y de
análisis sociopolítico. Es por ello que personas comprometidas - como él - con el pueblo, entendido este como el más
necesitado de bines materiales, intelectuales y espirituales, no mueren; por el
contrario se elevan a una condición sobrehumana que los mantiene cada vez más
vivos, más presentes entre quienes lo han conocido, escuchado, leído,
estudiado. Es como si una extraña fuerza se apoderara de su espíritu que
termina por no irse completamente del aquí, del ahora, y se hace presente
constante. ¿Cuánto hace que “murió” Jesús, Bolívar, Ghandi, Mahoma, El Che,
Mao, Min, Sandino, Camilo, Sucre, Miranda, Rodríguez, por citar algunos; y
todavía su mensaje es proclamado, su vida es estudiada, sus ideas son
transformadoras como transformador es el entorno que logra hacer suyos sus
pensamientos y acciones? Si las palabras de la Biblia son ciertas, - como en
parte lo creo -, estamos ante la verdadera lista de elegidos; sería la única explicación
de por qué tan poquitos. La inmortalidad entonces se traduce en el paso de un
plano físico humano, por el nivel de compromiso, a uno espiritual, capaz de entrar
y salir en el ser ya no con la palabra y la acción sino con la fuerza que
representa su nombre, su presencia. Entonces se convierte en una idea, un
símbolo, capaz de generar cambios incluso más allá de los alcanzados cuando se
encontraba en el plano físico, porque pasa a ocupar el espacio mental del
individuo que cree más, analiza más y por tanto aplica más las ideas o
pensamientos que pudo haber escuchado en un momento determinado; y lo que Jesús
llamó el volver a nacer, se repite. Ahora bien, tal trascendencia no existiera
en estos personajes si no estuviera acompañada de la muerte porque esta es el
culmen definitivo de la verdadera vida. Jesús dijo – según el evangelio nóstico
- tengo que morir para volver a la casa de mi padre; sentía y así se lo hizo
saber a Judas - su verdadero amigo - que si no moría no tendría sentido su
venida y, lo peor, jamás lograría su cometido: comunicar el mensaje de
salvación. Chávez lo decretó cuando dijo no me importa morir porque lo que
tenía que hacer lo he hecho; comprometió su palabra el 4 F y desde allí no pudo
más que responder a su pueblo, el mismo que lo ha hecho inmoral como su célebre
frase: “por ahora y para siempre, Comandante”
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